Prof. Dr. Carlos E. Daly Gimón
Japón
es uno de los pocos países del mundo que tiene más de veinte años luchando
contra la deflación, y todavía en 2019 no logra apartarse de tan problemático resultado.
La
meta pautada desde finales de la década de los noventa de alcanzar una
inflación anual del 2% sigue siendo un ideal para la política económica nipona,
pues el 1% de aumento en los precios de este año está por debajo de los
objetivos fijados por las estrategias gubernamentales.
No
se trata, solamente, de que los precios sigan a niveles excesivamente bajos,
sino del conjunto de consecuencias que ello implica para la dinámica
económica.
Para
las formulaciones teóricas[1], la deflación se
manifiesta, sobre todo, en la disminución de los precios que tiene como
trasfondo la reducción de la oferta monetaria, con un impacto directo en el
valor de la moneda, y, consecuentemente, un poder adquisitivo más elevado en
amplios sectores de la población. Pero la deflación está igualmente asociada a
una mayor oferta de bienes, es decir, una mayor disponibilidad de bienes y
servicios en los mercados y cuyo impacto más inmediato es la rebaja de los
precios por parte de los empresarios.
En
este sentido pueden establecerse efectos positivos y negativos de la deflación.
Del lado de las ventajas, una disminución de los precios de los bienes y
servicios que ocurre ante un manifiesto equilibrio de los salarios conduce a
una significativa mejoría en el poder adquisitivo de los más desfavorecidos, lo
que se traduciría en mayores inversiones de bienes de capital, e, igualmente,
una concentración significativa de trabajadores en actividades productivas, es
decir, de mayor valor agregado.
Precios
más bajos que coadyuvan igualmente a incentivar el ahorro, más dinero
disponible para créditos y financiamiento en general, y, por ende, una
propensión a la baja de las tasas de interés.
Cabe
igualmente señalar que, en términos generales, la deflación contribuye a
corregir los ciclos expansivos de los precios, y por esa vía juega un papel fundamental
en la estabilidad de los mercados.
Por
el lado negativo, la deflación está asociada a una espiral de caída de precios,
salarios y producción, que tarde o temprano pueden encaminar los procesos
económicos hacia una acentuada recesión.
Por
esta vía, estaríamos en presencia de un estancamiento del consumo en la
economía, menor producción por parte de las empresas, lo cual podría traducirse
en despido de trabajadores, reducción de la demanda de bienes y servicios;
exceso de oferta y, otra vez, descenso de los niveles de precios. Esto es
conocido en teoría como la espiral deflacionaria[2].
Es
por ello que la deflación es una cuestión de expectativas.
Ante
la posibilidad efectiva de baja de precios el consumidor terminará ajustando
sus decisiones a los anuncios de las autoridades económicas, de allí que las
economías con deflación suelen fijar indicadores de precios que sirvan de
orientación a los consumidores. Esta tarea suele encomendársele a los Bancos
Centrales, por lo que se ha vuelto una regla anunciar los objetivos en materia
de precios para evitar confusión en los mercados. Hoy en día la meta que suelen
anunciar los Bancos Centrales gira alrededor del 2% anual de aumento en los precios,
tal como ha sido puesto en práctica por el Banco de Japón. Esa meta se inscribe
en la perspectiva de lograr una inflación baja pero positiva, porque si hay
algo cierto en la experiencias conocidas de deflación[3], es que suelen provocar
crisis económicas de larga duración.
Y es
eso, desde luego, lo que las estrategias inmediatas en Japón tratan de
sortear.
En
términos macroeconómicos, el PIB de Japón aumentó en 0,8% en 2018, bastante por
debajo del 1,9% de 2017. El bajo y fluctuante crecimiento del PIB japonés ha
sido una constante en los últimos años. Para tener una referencia, en 2011 la
variación del PIB nipón fue de -0,5%, y en 2009, en plena crisis financiera, la
caída fue aún más acentuada ubicándose en - 5,5%. Este año, el PIB subió un
0,5% en el primer trimestre, y ha ocurrido un ligero descenso este segundo
trimestre, registrándose un 0,3% de variación [4].
Este
crecimiento de la tercera potencia mundial ha estado acompañado de un aumento
muy lento en el consumo de hogares
(56,5% del PIB), la inversión productiva por su parte ha mostrado mayor impulso
y dinamismo; todo ello ha estado acompañado de un auge de particular
importancia en el gasto público.
Junto
a esos adelantos, la contextualidad del país asiático tiene, igualmente, una
serie de características que problematizan sus
principales aspiraciones. Nos referimos a que su extraordinaria
capacidad tecnológica no le ha permitido resolver algunos obstáculos primordiales:
La composición demográfica, el mercado de trabajo y la baja productividad.
En
términos demográficos Japón tiene una de las tasas de natalidad más bajas a
nivel mundial: 1,4 niños por cada mujer. Esto significa que la tendencia a la
baja de la población hará que en 2060 habrá unos 90 millones de japoneses,
comparado con los 127 millones que hay hoy en día representa una perspectiva muy
inquietante.
Igual
ocurre con el envejecimiento poblacional: “el número de residentes con más de
65 años representa el 27% de la población total, una cifra récord. Según
estimaciones, el porcentaje de personas mayores llegará al 40% en 2050 ” [5].
Las
características actuales e inmediatas del mercado de trabajo es otro dolor de
cabeza de las autoridades niponas.
Con un desempleo que ronda
el 2,4% en 2018, a Japón se le clasifica entre las naciones de casi pleno
empleo; no obstante, la realidad de la oferta laboral es muy diferente e
intrincada.
El punto es que Japón quiere
atraer a más trabajadores extranjeros y pagar salarios más bajos. Estimaciones
recientes indican que se aspira incorporar
a más de 300.000 trabajadores de otros países en los próximos cinco años, lo
que conllevará a una verdadera internacionalización de la oferta laboral doméstica[6].
Este planteamiento es
bastante problemático en un país tradicionalmente ajeno a admitir migrantes en
sus actividades internas.
Una
tercera variable que se junta a las dos anteriores es lo relativo a la baja productividad.
También aquí estamos en presencia de un dato sorprendente pues Japón dispone de
un sistema educativo muy eficiente, utiliza robots de forma creciente en los
procesos productivos y de servicios, y, a pesar de ello, la OCDE lo coloca
apenas en la decimonovena posición en esa importante clasificación [7].
La
combinación de estas y otras referencias ha dado como resultado eso que se ha llamado
un “estado de espíritu deflacionista”.
Desde
2012 el primer ministro Shinzo Abe diseñó e impulsó su famoso Abenomics[8], y de acuerdo a la
coyuntura actual los resultados pueden calificarse más bien como mixtos. El
impulso a las exportaciones ha sido positivamente valorado, especialmente las
ventas internacionales de las grandes empresas. La depreciación del Yen frente
al dólar ha tenido mucho que ver como estímulo al sector externo. Y los
acuerdos de libre comercio también, particularmente el Acuerdo de Cooperación
Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) y otros convenios comerciales.
Otro
elemento clave de esa política económica que ya lleva más de seis años, ha sido
la inyección monetaria para darle sustento y apoyo al crecimiento económico,
sin que, como ya haya sido señalado, puedan exhibirse resultados convincentes.
La
adquisición de bonos gubernamentales por parte del Banco Central a partir de
2013 ha sido la estrategia dominante desde que Haruhiko Kuroda fue
gobernador. Por esa vía se produjo un aumento de la base monetaria de hasta
unos 80 billones de yuanes. En 2016, H. Kuroda anunció un giro en esa política
monetaria, esta vez orientada más que todo a mantener la rentabilidad de esas
emisiones de bonos, por lo que la intervención en los mercados estaría dirigida
a comprar deuda a largo plazo y mejorar rentabilidad bancaria bastante mermada
por cierto en aquel momento. Vale recordar que el objetivo de esta
flexibilización monetaria es subir la inflación, es decir, alcanzar ese 2% tan
ansiado por la autoridad monetaria y los responsables de las políticas
públicas. En septiembre de este año, el Banco de Japón mantiene los mismos
objetivos de tipos de interés del -0,1% y de rendimientos de los Bonos a 10
años en 0%, siempre con la finalidad de aumentar los estímulos al crecimiento,
controlar los riesgos que amenazan la economía y alcanzar la meta de inflación
tan esquiva en los últimos años.
Los
riesgos de una recesión en Japón siguen presentes.
A los
resultados más bien precarios en materia del PIB, precios y demás factores
internos, ahora viene a agregarse el conflicto comercial entre China y los
Estados Unidos que golpea sus relaciones comerciales con el resto del mundo y
que lo coloca en una especie de fragilidad en materia de exportaciones, que es,
como hemos resaltado, uno de los soportes fundamentales del proceso económico
nipón.
Esas
razones explican porque suspendió la reforma del IVA prevista para octubre de 2019,
y, también, las transformaciones pendientes como los ajustes en el mercado
laboral o el régimen de la seguridad social.
La
inflación en Japón no superará el 1% en 2019 y eso preocupa mucho a Shinzo Abe
y a su gobierno conservador, y, al mismo tiempo, abre muchos interrogantes sobre los estímulos que no terminan de colocar al
gigante asiático en la senda del crecimiento y del bienestar.
[1]
Veáse: Mochón, F. y De
Juan,R. “Introducción a la Macroeconomía”. Ediciones McGraw-Hill. Madrid.2014.
Vercelli, A.”Inflación y deflación”. Ediciones Oikos-Tau. Valencia. 1988.
Randall Wray, L. “Teoría Monetaria Moderna”. Ediciones Lola Books. Barcelona.
2015.
[2]
De la Cruz, I. “Estudio y
análisis de la inflación, deflación, desinflación y estanflación”. Ediciones
Cultura Financiera. 2016.
[3]
Veáse https://datosmacro.expansion.com
.
[7]
Veáse https://www.oecd.org ›.
[8]
Estrategia económica
aplicada desde 2013, y que tiene tres pilares fundamentales:” Masivo estímulo
económico estatal, otro monetario y una reforma estructural”. Justo, M. “Abenomics”,
la solución económica a la Japonesa. https://www.bbc.com 30/05/2013. Consultado el
14/11/2019.
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