Prof.
Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón
La Transición Energética es el objetivo de mayor
alcance que se ha fijado la humanidad entera en los últimos años.
Está en juego su
propia sobrevivencia.
Probablemente sea
más apropiado afirmar, como lo hace La Tierra sobrevivirá; nosotros, tal vez no”:
“Tenemos que establecer una relación cooperativa con la biósfera —que ni
siquiera hemos imaginado aún— en la que todos se beneficien. Esto implica
entender lo que hace a la biósfera —con nosotros todavía en ella— más fuerte,
innovadora y resiliente” [1].
Y para llegar a esa mejor vinculación con la
Biósfera, hay que necesariamente transformar los patrones tradicionales de
consumo de combustibles por la producción y uso de las energías renovables.
Tienen que cambiarse las conductas de los
ciudadanos en su vinculación con el medio ambiente, pero adelante van los
gobiernos, en su compromiso, que es decir responsabilidad, en la implementación
de políticas y legislaciones para controlar, y en la medida de lo posible,
revertir las causas determinantes de la contaminación medioambiental, y de los
desequilibrios en los diferentes ecosistemas.
Desde esa perspectiva, la Transición Energética
tiene diversas aristas.
Gestionar el constante crecimiento de la demanda
mundial de energía, disminuir las fuentes de energía provenientes de los
combustibles fósiles; impulsar y profundizar el suministro de energía
alternativa para progresivamente sustituir aquellas que contribuyen al
deterioro medioambiental, es decir, las que coadyuvan a las emisiones de CO2 y
activan los gases de efecto invernadero. Asimismo, detener los cambios
climáticos, proteger la salud de los ciudadanos, elevar la calidad en el
consumo de energías de alto riesgo - nuclear, por ejemplo -; en fin de cuentas
replantearse la convivencia armónica en la biodiversidad.
Pero no hay que perder de vista las complejidades
que ello acarrea.
La economía mundial de hoy en día funciona,
fundamentalmente, con base al petróleo. Los costos de producción, y,
consecuentemente los precios de los hidrocarburos juegan un papel determinante
en esa dinámica. No solamente con respecto al consumo humano e industrial
propiamente dicho, sino también con respecto a las demás fuentes energéticas.
De allí que el mercado de las energías es un factor relevante en la
reorientación de los hábitos y prácticas imperantes, y, dicho sea de paso,
incide de manera considerable en las prioridades e intervenciones de los
gobiernos.
Pero el petróleo y las demás fuentes tradicionales
(Carbón mineral, Gas Natural, Electricidad) son no renovables y por tanto
tienen plazo de agotamiento. Lo quieran o no los grandes países consumidores,
tienen que descubrirse o desarrollarse diferentes medios energéticos que aseguren
el suministro adecuado al crecimiento económico actual y venidero.
Otra especificidad de la contextualidad energética
de estos tiempos, es que los efectos que provocan las distorsiones en el
consumo de ciertos países afectan a la comunidad internacional en su conjunto,
sin que ello pueda ser evitado o controlado. Los industrializados (Estados Unidos,
Unión Europea, Japón y otros), y algunos países en vías de desarrollo como
India o China, son agentes altamente contaminantes sobre gran parte del planeta
sin que ello pueda ser impedido salvo que se logre la colaboración espontánea, consciente,
de todos los que contaminan.
Dadas las enormes implicaciones que para la calidad
de vida y el porvenir de las sociedades tiene el consumo energético actual, se
ha vuelto un verdadero reto establecer propósitos y objetivos para la
Transición Energética.
En esta dirección, todo el mundo está de acuerdo en
tres cosas fundamentales. La primera, es que no puede tratarse de una meta a
largo plazo dadas las advertencias, señalamientos y resultados presentados por
renombrados científicos e instituciones muy reputadas, que llevan a concluir
que: los daños sustanciales e irreversibles a la tierra amenazan seriamente el
bienestar humano.
Lo segundo, es que la sustitución de las energías
fósiles implica un proceso escalonado, en el que está implicado un importante
costo económico tanto para los ciudadanos[2],
como para la gestión gubernamental, e incluso para el sector empresarial. Es
una aspiración que beneficia a todos por igual.
La tercera, es que la innovación juega un papel
fundamental en la Transición Energética; es un factor clave en la llamada
eficiencia energética[3].
Ciertamente, la innovación también repercute en las grandes transformaciones
que experimenta los sistemas económicos y sociales, pero su implicación en los
objetivos medioambientales del mundo contemporáneo es realmente determinante.
Para adelantar en la necesaria efectividad que
plantea la Transición Energética, resulta conveniente detenernos en ciertos
aspectos que han venido ocurriendo en años recientes.
El Acuerdo de Paris, como parte de la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, es una de ellas. Ese
significativo tratado se suscribió en diciembre de 2015, en el que 195 naciones
del mundo entero se comprometieron en la lucha contra el cambio climático. El
Acuerdo de Paris entró en vigencia el 04 de noviembre de 2016.
Al poco tiempo (2017), el gobierno de los Estados
Unidos se retira del Convenio con el argumento de que tiene que proteger a su
país, prometiendo que regresará cuando se renegocie el tratado en términos más justos.
Nicaragua y Siria tampoco lo suscribieron.
Más allá de esas deserciones, nada despreciables
por cierto, pues bien es sabido que la economía estadounidense tiene una gran
responsabilidad en el cambio climático, China sí se incorpora al Acuerdo de
París, lo ratifica, y ha mantenido una línea de compromiso con los preceptos
allí acordados.
Los dirigentes chinos parecen haber comprendido la
importancia de la defensa del medio ambiente, y sus implicaciones. Reducción
del consumo del carbón, impulsar la producción y venta de los vehículos
eléctricos y restricciones a la producción de acero y coque, están entre los
prioridades de su Plan de Acción contra
la Polución 2018-2020.
En el plano internacional, en julio de 2018, el
país asiático firmó un compromiso con la Unión Europea para “la efectiva
implementación de los Acuerdos de París en todos sus aspectos”. Aumento de la
asistencia multilateral, encontrar soluciones efectivas contra el problema de
las emisiones de la aviación y la industria naviera, y examinar formas de
controlar las emisiones de carbono, son algunas de las iniciativas que incentivan la
cooperación más reciente entre la Unión Europea y la potencia asiática.
La República de la India ha reiterado, en
declaraciones oficiales, su compromiso con los postulados del Acuerdo de París
y la lucha contra la emisión de gases de efecto invernadero.
El Climate Action Tracker ha examinado las
acciones de India compatibles con el Acuerdo de París, y estima que para el
2030, ese país asiático
tenga un 50 por ciento menos de emisiones que las obtenidas el 2005.
El Climate Change Performance Index ha
igualmente informado que en 2018, India ya ocupa la posición 14 en ese Ranking,
por encima de Francia e Italia que ocupan el puesto 15 y 16 respectivamente [4].
Asunto diferente resulta la posición de los
países productores/exportadores de petróleo.
Aunque los 15 países miembros de la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP) también se incorporaron en 2015 al
Acuerdo de París, en tanto que proveedores mundiales de hidrocarburos
provenientes de combustibles fósiles mantienen una posición ambigua y si se
quiere hipócrita con respecto a los grandes objetivos del Desarrollo Sostenible.
Para la OPEP, el principal problema de las
emisiones contaminantes no son las fuentes energéticas en sí, sino sus efectos
y consecuencias, por lo que cualquier solución pasa por el empleo de factores de
orden tecnológico, y no la eliminación de esas fuentes. Argumento muy polémico
y ciertamente discutible.
Las principales razones de la OPEP giran en torno
al hecho de que, efectivamente, la población seguirá creciendo y se necesitará
cada vez más energía para darle respuesta a esas necesidades. Se estima que en
2040 la población mundial superará los 9.000 millones de personas.
Los registros del cartel petrolero revelan que la
demanda de energía crecerá en un 33% en 2040, con especial fuerza en los
llamados países emergentes.
Por el lado de la oferta, las fuentes renovables
tendrán un mayor empuje en su crecimiento, el cual se ubicará alrededor del 7.4% anual entre 2015 y 2040.
Comparada con la cifra de 2015, la reducción del consumo será ínfimo, de sólo
1%. La demanda, por su parte, se estima que se incrementará de 97,2 a 111,7
millones anuales entre 2015 y 2040.
El gas será la fuente energética de mayor dinamismo
con un 35%, le seguirán las renovables con un 21%, luego el petróleo con un
16%, la energía nuclear con 10%, la biomasa con 9%, y de este grupo de fuentes
energéticas la única que decrecerá en el panorama energético que se avecina es
el carbón que baja del 28% al 22%[5].
Vale, de igual forma resaltar, que las
legislaciones nacionales comprometidas con la Transición Energética toman cada
vez más espacio e interés en la dinámica medioambiental.
Francia
ya tiene su Ley sobre la Transición Energética [6],
en la que fija como objetivos principales: Reducir las emisiones de efecto
invernadero en un 40 % ; disminuir en un 30% el consumo de energías
fósiles, bajar el consumo de energía en un 20%. Desplazar el 40 % de las
energías renovables hacia la producción de energía eléctrica y destinar el 32 % al consumo energético global.
En la misma línea de cumplir los compromisos con
sus socios de la Unión Europea en relación al medio ambiente y a la energía, el
Congreso de los Diputados del Parlamento de España le dio entrada, en
septiembre de 2018, a la “Proposición de Ley Sobre Cambio Climático y
Transición Energética”[7].
Esas iniciativas legislativas tienen mucha
importancia, pero ya es bien sabido que su implementación requiere no solamente
de decisiones, claridad de perspectivas y resultados tangibles, sino que las
diligencias institucionales demoran con frecuencia mucho más de lo deseado para
poder mostrar resultados a corto y mediano plazo.
Y más allá de las determinaciones públicas y de las
comunidades, los actores y protagonistas en los mercados de la energía
continúan con su propia dinámica.
Entre ellos los precios de los hidrocarburos.
En 2018 los precios han tenido una trayectoria
bastante diferente a lo que venía ocurriendo en los años precedentes. A raíz de
las decisiones de la OPEP de junio y de diciembre del año pasado, la reducción
de la producción petrolera como estrategia para controlar el mercado ha vuelto
a posicionarse como herramienta decisiva en manos de los productores.
La relación producción/consumidor de las energías
fósiles trae a colación una cierta tensión en los escenarios de la economía
energética.
Al elevarse los precios tendremos un importante
impacto sobre las energías alternas. Eso significa que a menor precio el consumo
de combustibles sube, lo que viene a representar, en términos prácticos, una desaceleración
de la Transición Energética. Más allá de ese impacto, también los efectos sobre
las demás fuentes de energía operan
hacia la baja. De allí la importancia de darle más eficiencia tecnológica a las
fuentes renovables.
La Transición Energética no muestra el mismo
desempeño ni cometido por parte de ciertas regiones del mundo no desarrollado,
como es el caso de América Latina.
Ciertamente, en ello cuenta mucho la capacidad de
inversión en gas y en otras energías renovables de esos países.
Hay naciones, como República
Dominicana, cuyo consumo interno de energía basado en combustibles fósiles
ronda el 76%. Igualmente se identifican economías que tienen como factor
energético determinante el gas natural; por
ejemplo Bolivia, que alcanza un 80%.
En cambio, hay naciones en
la región que asignan importantes fondos para incentivar el desarrollo de las
energías renovables como Brasil y México, en los que se reconocen apoyos hasta
por los 6.000 millones de dólares para ese fin [8].
No obstante, conviene dejar
claramente establecido que México refuerza desde la Reforma Energética de 2014[9],
su apuesta por las energías tradicionales. Todavía el 80% de su consumo de
energía eléctrica se lleva a cabo con medios energéticos propios de la energía
más contaminante.
Pero, vale subrayar, en el
país azteca ya existe una normativa para la Transición Energética [10],
aunque resulte allí incluida la energía nuclear, con un 5% de sus necesidades que
se generan por esa vía. Igual se tiene que mencionar la instalación de muchos
paneles fotovoltaicos por todo el país.
Sin embargo, no debemos
olvidar que México es uno de los 10 países que más emite gases de efecto
invernadero.
Por su parte, Brasil también muestra avances
interesantes en materia de conversión hacia esquemas renovables, tal como ha
sido ya anotado. El 40% de la energía procede de energías limpias, y en materia
de generación se menciona hasta un 75% entre las renovables. En ello cuenta el
extraordinario potencial en materia de hidroelectricidad y en el uso de
biocombustibles en el gigante latinoamericano.
Quedan, desde luego, importantes tareas por cumplir
en Brasil, como es el caso de la deforestación, con frecuencia de manera ilegal
de los bosques tropicales, pues se estima que representan un 35% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde esa nación.
de los bosques tropicales, pues se estima que representan un 35% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde esa nación.
Argentina cuenta con una Ley para el Desarrollo de
las Energías Renovables desde 2006, pero la energía hidroeléctrica todavía
proviene de fuentes tradicionales en la gran mayoría de los casos, y sus
estimaciones han fijado una meta de alrededor del 20% en 2025.
Queda, en el caso de Argentina, reducir de forma
sistemática y significativa los subsidios a los combustibles fósiles para
avanzar hacia una mayor eficiencia energética. Chile y Perú también han dado
pasos importantes en dirección de la Transición Energética.
Finalmente, el panorama que presenta la región
latinoamericana revela importantes desafíos en materia de energías limpias, en
las que por cierto apenas se abre paso.
Tal como hemos adelantado, se trata de elevar las inversiones para elevar la
capacidad de generar energía eléctrica, incrementar el aprovechamiento de los
recursos naturales, racionalizar el consumo de hidrocarburos, incorporar
tecnologías inteligentes y sumar al sector privado en el desarrollo de
proyectos mixtos para el máximo aprovechamiento de las fuentes renovables, y darle
un vigoroso impulso a la integración energética regional.
América latina y el Caribe tienen que ampliar sus
espacios medioambientales hacia las energías renovables, con base en las pautas
del Acuerdo de Paris, sus propias realidades, y la búsqueda de una mayor eficiencia energética
colaborativa.
[2]
Una de las variables que ha
estado presente en las reivindicaciones del muy renombrado movimiento de los “Gilets
Jaunes” en Francia, es el impuesto sobre los combustibles, el cual representa
un aporte importante de los contribuyentes para controlar el consumo de
energías altamente contaminantes. Veáse: “Los Gilets Jaunes en Paris”. Artículo
publicado en el Blog de Carlos Eduardo Daly Gimón el 04/12/2018.
[3] “La Eficiencia Energética es la fuente de energía más
importante del futuro. Esta se puede definir como la reducción del consumo de
energía manteniendo los mismos servicios energéticos, sin disminuir la calidad
de vida, protegiendo el medio ambiente, asegurando el abastecimiento y
fomentando un comportamiento sostenible en su uso. Constituye un gran sistema
que involucra negocio, responsabilidad medio ambiental y sentido de realidad
social, donde pueden convivir energías convencionales con las renovables o
limpias. Producto de todo lo anterior se genera ahorro de energías”. Tomado de http://www.anescochile.cl/que-es-eficiencia-energetica/ Consultado el 27/01/2018.
4] “Acción por el Clima en India: Avances en energía renovable y desafíos en el acceso a la información”. Tomado de https://www.bcn.cl/observatorio/asiapacifico/noticias/accion-clima-india-avances-desafios-gobierno-abierto Consultado el 28/01/2019.
[5]
Tomado de https://www.opec.org/
[6]
En verdad, ese cuerpo
normativo es conocido como la “Ley Nº
2015-992, del 17 de agosto de 2015, referida a la transición energética para el
crecimiento verde”. Aprobada por el 13 de agosto por el Consejo
Constitucional, y publicada en la Gaceta
Oficial de Francia algunos meses antes de la Conferencia de Naciones Unidas
sobre el Cambio Climático, mejor conocida como la Conferencia de Paris de 2015.
[7]
Boletín Oficial de las Cortes Generales.
Congreso de los Diputados. Nº 302-1, del 7 de septiembre de 2018.
[9]
“Retos
para la transición energética latinoamericana”. Boris Santos Gomez. 23 de abril de 2018.Centro
Alemán de Información para Latinoamérica (2017)
https://alemaniaparati.diplo.de/mxdz Consultado el 22/01/2019.
[10] El esquema normativo mexicano en
materia ambiental es diverso. Cabe
destacar, en ese sentido: “Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al
Ambiente, Ley de Aguas Nacionales, Ley General de Desarrollo Forestal
Sustentable, Ley General de Vida Silvestre, Ley de Desarrollo Rural
Sustentable, Ley General para la Prevención y Gestión Integral de Residuos, Ley
de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, Ley de Productos
Orgánicos, Ley General de Pesca y Acuacultura Sustentables, Ley de Promoción y
Desarrollo de los Bioenergéticos, Ley Federal de Responsabilidad Ambiental y la
Ley General de Cambio Climático, cada una con sus reglamentos. De este
compendio de leyes y reglamentos se derivan las diferentes normas (NOM,NMX) a
cada rubro ambiental; agua, suelo, aire, desarrollo rural, residuos, entre
otros. De ahí surgen los acuerdos, decretos y así sucesivamente siguiendo la
cadena terminando en los bandos municipales”. Tomado de https://www.globalstd.com/networks/blog/legislacion-ambiental-en-mexico Consultado el 29/01/2019.
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