Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón
El muy renombrado World Population Prospects, The 2017 Revision de United Nations[1], trae una serie de datos estadísticos que tipifican y vaticinan el comportamiento demográfico que tendremos en los próximos años.
El
futuro depende de la evolución de esos parámetros, de las tendencias que se
observan en los principales registros poblacionales divulgados desde la ONU.
Así,
en 2017 había en todo el mundo 7.550 millones de personas.
En
2030 las estimaciones aseguran que habrá unos 8.551 millones, y más allá, en
2050, esa cifra rondará los 9.772 millones.
La
tasa de crecimiento poblacional a nivel mundial ha sido cuantificada en 1.16%,
aunque ese informe de Naciones Unidas precisa que en los últimos años se nota
una clara tendencia hacia la baja, por lo que hoy en día ese índice se ubica
alrededor del 1,10%, con un incremento anual en términos absolutos de 83
millones de habitantes.
Las
regiones más influyentes en el crecimiento poblacional mundial de los próximos
años serán, ante todo África, seguida por Asia, América Latina y el Caribe, América del Norte
y Oceanía, y Europa en el último lugar.
Esas
proyecciones están sujetas, ciertamente, a una serie de factores condicionantes
entre los que cabe destacar la evolución de la fertilidad, el progreso en la
igualdad de género y los movimientos migratorios.
Temas
que tienen que examinarse a la luz de su propia dinámica regional y, también tomando en cuenta la especificidad
histórica que los caracteriza.
De
acuerdo a postulados poblacionales comúnmente aceptados, la fecundidad tiene
una influencia decisiva en el crecimiento demográfico.
Y,
consecuentemente, una importante repercusión en el plano del desarrollo social.
De
allí que la educación en sus distintos niveles, la asistencia sanitaria o las
oportunidades de empleo para los jóvenes sean los asuntos que más determinan la
búsqueda del bienestar en las sociedades modernas.
En
diversos escenarios internacionales, el impacto que tiene la dinámica
poblacional ha sido suficientemente analizado, e importantes propuestas han
sido formuladas.
Por
ejemplo, en el marco del Programa de Acción de la V Conferencia Internacional
sobre la Población y el Desarrollo (1994), un número significativo de países
convocaron a vincular el desarrollo
económico y social con la igualdad de
género, la eliminación de la violencia contra la mujer y la independencia en
ser o no madres.
En
igual sentido, en la Conferencia Río
2012 le fue otorgado un papel muy relevante a esa cuestión, en el conjunto de
los propósitos fundamentales que fueron acordados.
Y, más
recientemente, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible los ha ubicado
entre sus principales prioridades [2].
Sobre
este punto, la fecundidad es una materia considerada de primera importancia.
La
tasa total de fecundidad, entendida como el número de hijos nacidos por cada mujer,
ha venido descendiendo de manera sostenida en las últimas décadas cuando ha
pasado de un promedio de 5 hijos hasta 2,5 hijos en 2015.
Para
el Banco Mundial, en 2016, la tasa de fecundidad en el mundo entero fue de 2,44, la que comparada
con 4,98 de 1960 revela la magnitud de la disminución que ha venido ocurriendo
en esta variable demográfica. En América del Norte el descenso para el mismo
período fue desde 3,67 hasta 1,78. En la Unión Europea pasó de 2,58 hijos por
mujer hasta 1,57. Y para formarse un criterio aún más amplio, los países menos
desarrollados, de acuerdo a la clasificación de Naciones Unidas, evolucionaron desde
6,68 hasta 4,12 en ese mismo período.
Es
pues una baja generalizada en todas partes del globo terráqueo, aunque queda
claro que la tasa de fecundidad en el mundo menos desarrollado sigue siendo la
más elevada; es en esas regiones dónde las mujeres procrean una mayor cantidad
de hijos.
Varios
factores inciden en ese comportamiento: discriminación de la mujer; ingresos inadecuados;
poco o difícil acceso a servicios de salud, particularmente a los anticonceptivos
modernos; inconvenientes para alcanzar una educación de acuerdo a la edad; ausencia
de campañas para combatir las conductas machistas, o, incluso las trabas e
inconvenientes que con frecuencia
perjudican la crianza de los
hijos en el hogar.
Varios
de esos factores también están presentes en las naciones de mayor desarrollo
económico, pero en menor escala.
No
obstante, por allí se cuela el cada vez más mencionado tema del envejecimiento
poblacional, hoy en día vinculado de manera determinante con la sustentabilidad
de las economías en el corto y mediano plazo. Para ello, las políticas
sociales, los servicios públicos y las erogaciones presupuestarias tienen que
conectarse en una misma dirección. El
derecho a decidir sobre la procreación, también.
El
desplazamiento poblacional, las migraciones, es otro de los aspectos que se ha
fuertemente posicionado en el análisis del comportamiento demográfico internacional
en la actualidad.
Quizás,
el Pacto Mundial sobre Migración Segura, Ordenada y Regular de la ONU (2018)
sea suficientemente revelador de la importancia que ha tomado el fenómeno migratorio
en estas primeras décadas del siglo XXI. 164 naciones se comprometieron, en el
primer acuerdo global para proteger y regularizar los procesos migratorios, a cooperar
en mejorar la migración legal, diseñar medidas para combatir el tráfico de
personas, contrarrestar la separación de las familias, evitar la detención de
migrantes y sólo recurrir a ella como última opción, y proveer de salud y
educación a los migrantes irregulares en los países de destino. El Pacto
Mundial incorporó otros asuntos relacionados con los desplazamientos
poblacionales en los 23 objetivos que contiene ese tratado internacional.
Según
los datos del Global Migration
Indicators 2018,Insights from the Global Migration Data Portal [3], de Naciones Unidas, hay
250 millones de migrantes a nivel mundial, entre los que se encuentran
trabajadores, mujeres, niños, refugiados y estudiantes. Ello representa,
aproximadamente, 3.31% de la población mundial.
Por
su parte, el informe 2018 de la Organización Internacional para las Migraciones[4], revela que el número de
migrantes a nivel mundial en 1970 era de 84 millones de personas, y
representaba apenas el 2,3% de la población mundial. En el año 2000, esa cifra
se había incrementado de manera significativa, alcanzando 172.703.309 de
personas, y subió hasta un 2.8% de todos los pobladores de la tierra. En 2015 ya ese dato alcanzó las 243.700.236 personas,
y su participación significó un 3,3% de la población mundial.
Existe,
pues, un marcado incremento de migrantes internacionales en estos tiempos,
aunque a decir verdad, medida como porcentaje total de la población total,
apenas puede destacarse un crecimiento más bien moderado.
Las
regiones que más acogieron migrantes internacionales en 2015, fueron Europa y
Asia con aproximadamente 75 millones de personas cada una (62%); le siguen América del Norte con 54 millones
(22%), y en una menor escala Africa con 9%, América Latina y el Caribe 4% y
Oceanía 3%.
Por
países, la investigación de las Naciones Unidas revela que el principal
receptor de migrantes son los Estados Unidos, quién ha visto cuadruplicar el
número de residentes desde 12 millones en 1970 hasta 46,6 millones en
2015. Alemania es el segundo en esta
categoría con 12 millones en 2015. Después le siguen en orden de importancia la
Federación de Rusia, Arabia Saudita, Reino Unido, Emiratos Arabes Unidos, Canadá, Francia, Australia y
otros.
Los
países de origen de las migraciones internacionales ubican a India como el
mayor emisor, México en segunda posición,
Federación de Rusia en tercer lugar, luego China, Bangladesh, Pakistán,
Ucrania, Filipinas y otros.
Los
migrantes irregulares son otro de los rasgos presentes en los flujos
migratorios internacionales. Cómo es de suponer, los datos son muy limitados y
a veces de poca confiabilidad. Estimaciones de Naciones Unidas cuantifican en
11,3 millones de migrantes irregulares en Estados Unidos en 2016; 8 millones en la Unión Europea en 2008; entre
5 y 6 millones en la Federación de Rusia en 2011; y entre 3 y 6 millones de migrantes
internacionales en Sudáfrica en 2010.
Las
migraciones internacionales han planteado a las políticas sociales,
demográficas y humanitarias de muchas naciones, importantes problemas y
dificultades que no han hecho otra cosa que aumentar en los últimos años. Trata de personas, fallecidos contados por
miles en acciones riesgosas en el Mediterráneo y en otras zonas de tránsito,
enfermedades y afecciones de diversa índole, refugiados a escala creciente,
familias desmembradas, explotación laboral en actividades ilícitas y
prohibidas. A lo cual tienen que agregarse las contribuciones que en materia de
empleo y sub-empleo de los migrantes en los países de destino, y también las
remesas de fondos que ayudan no
solamente a mejorar la situación de las
familias que los reciben, sino que además tiene un impacto macro-económico importante
en los países que resultan favorecidos.
En
Latinoamérica, los flujos migratorios han tomado un auge muy intenso en los
últimos cuatro años, lo que ha convertido a la región en protagonista de las
migraciones internacionales. Dos fenómenos son muy llamativos. La Diáspora de
Venezuela, y las caravanas de centroamericanos hacia los Estados Unidos.
OEA,
ACNUR y otras agencias internacionales consideran el éxodo venezolano como el
más grande que ha conocido el hemisferio occidental.
La
elevada criminalidad, la hiperinflación galopante, los bajos salarios, los
controles del Estado sobre las variables económicas fundamentales, la represión
y persecución política, y la falta de oportunidades se juntan para provocar una
explosión migratoria sin precedentes en el propio país, y en todo el continente
americano.
En un trabajo publicado en el portal Web Efecto Cocuyo firmado por Luz Mely Reyes, “La migración venezolana hacia Suramérica se disparó 895% entre 2015 y 2017”, se enfatiza en el carácter creciente de la migración venezolana, y la calificación educativa de ese flujo migratorio.
Por otra parte, las estimaciones acerca de la cantidad de migrantes que salen desde Venezuela es objeto de controversia.
La cifra más reciente de la reconocida Agencia
ACNUR (ONU) de febrero de 2019, refiere que hay 3.400.000 migrantes venezolanos
en diferentes países del mundo, y que ese fenómeno que empieza a despegar desde
2015 se ha venido acelerando a tal punto
que entre el mes de noviembre del año pasado, y el mes en curso más de 400.000
venezolanos han abandonado el país[5]. Probablemente este 2019 sea
testigo de una mayor aceleración de salida de población nacional hacia el
exterior.
Los países de destino están
encabezados, en el plano regional, por Colombia, seguido por Perú, Chile
y Argentina en ese mismo orden.
Estados Unidos y España son los otros horizontes de mayor importancia que
más atraen a los migrantes venezolanos.
La otra referencia poblacional, aunque de
características y magnitudes diferentes al caso venezolano, es el éxodo masivo
de centroamericanos que se dirigen hacia los Estados Unidos.
Honduras, El Salvador y Guatemala, principalmente, han visto como miles de sus ciudadanos
emprenden largas caminatas por calles, vías y carreteras con la firme
convicción de ingresar a Estados Unidos y así iniciar su inserción en la
economía del norte.
Su objetivo primordial es alcanzar un mejoramiento
en las condiciones socioeconómicas, y las de su familia, aunque no es raro
identificar en el razonamiento de los migrantes centroamericanos una huida de
los elevados índices de criminalidad que asola a esas naciones, y, de igual
manera, escapar de la corrupción que luce incrustada en las esferas gubernamentales y de los organismos públicos.
En un espectro informativo amplio y profuso ha sido
posible reconocer un marcado rechazo del gobierno de Trump con respecto a esos
flujos migratorios, y hasta ha podido observarse la flagrante violación de los
derechos ciudadanos.
Las migraciones de estos tiempos no son un fenómeno
novedoso, ni siquiera anormal. La razón económica siempre ha estado presente
entre los motivos para migrar, la búsqueda de la seguridad personal y/o
familiar también. Las guerras, los conflictos locales, la ley del más fuerte,
son factores que impulsan y alimentan los procesos migratorios desde hace
bastante tiempo ya. Pero, a la luz del creciente dinamismo de los flujos
poblacionales actuales, la desigualdad social, el contraste entre países ricos
y naciones pobres, ha venido a convertirse el
motivo principal que alimenta la migración. Los pobres no quieren la
pobreza porque saben que existe la riqueza, el bienestar. Más temprano que
tarde ello se convertirá en un derecho humano.
[1]
United Nation. Department of Economics and Social Affairs. Population
Division. Key finding & advances tables. 2017 Revision. www.un.org/
[2] Veáse: “Objetivos para el
desarrollo sostenible”, en https://www.un.org/ Consultado el 19/02/2019.
[4]
“Las
Recomendaciones sobre estadísticas de las migraciones internacionales de las
Naciones Unidas definen al migrante internacional como cualquier persona que ha
cambiado su país de residencia habitual y distinguen entre “migrante por breve
plazo” (aquel que ha cambiado su país de residencia habitual durante al menos
tres meses, pero no durante un plazo superior a un año) y “migrante por largo
plazo” (aquel que lo ha hecho durante al menos un año). Sin embargo, no todos
los países utilizan esta definición en la práctica. Algunos países emplean
criterios diferentes para definir a los migrantes internacionales; por ejemplo,
aplican otra duración mínima de residencia”. Tomado de https://publications.iom.int/system/files/pdf/wmr_2018_sp.pdf
Consultado el 25/02/2019.
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