Hasta cuándo durará el petróleo en el siglo XXI?
Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón
Pregunta compleja y de enormes implicaciones para la economía global, a apenas tres semanas de haber finalizado la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Glasgow (Escocia).
Desde el punto de vista de la disponibilidad de petróleo, un primer factor a considerar es la cantidad de hidrocarburos que existen en los yacimientos, es decir, las Reservas Probadas.
Las cifras más recientes divulgadas por la AIE en World Energy Outlook 2020[1] indican que el 93% de las Reservas Probadas de petróleo se encuentran en mano de 14 países, encabezados por Venezuela (17,8%), Arabia Saudita (17,2%), Canada (9,8%), Irán (9,0%), Irak (8,4%), Rusia (6,2%), Kuwait (5,9%), Emiratos Arabes Unidos (5,6%), Estados Unidos (4,0%), Libia (2,8%), Nigeria (2,1%), Kazajstán (1,7%), China (1,5%) y Qatar (1,5%).
Como se observa, los propietarios de esas riquezas petroleras están esparcidos por el mundo entero, y sólo 8 pertenecen a la OPEP+. No obstante, los países miembros de la OPEP+ tienen el 79,4% de las Reservas Probadas de Petróleo a nivel mundial[2], correspondiendo una participación del 64,5% a países del Medio Oriente. Por lo que las Reservas Probadas de la OPEP+ en la actualidad ascienden a 1.189,9 millones de barriles de petróleo según fuentes oficiales.
Por tanto, la oferta petrolera pareciera estar asegurada para los próximos 30 años, de acuerdo a la tasa de producción actual.
La demanda mundial de petróleo por su parte experimenta variaciones que hay que examinar cuidadosamente. Se estima que en 2021, se consumirán unos 95.9 millones de barriles diarios de petróleo, y que los datos registrados para este año arrojan un incremento de 6.56% por parte de los países consumidores. Es un comportamiento distinto al observado en 2020, cuando a consecuencia Covid-19 la contracción de las compras en los mercados se ubicó alrededor de 9.8%.
Hay por tanto una recuperación de la economía internacional que deberá proseguir en los años siguientes, como consecuencia de la normalización del transporte, de los servicios y de la producción industrial en general.
Así, para 2022, se estima que la demanda mundial alcanzará unos 100,8 millones de barriles diarios con una expansión que debería ubicarse alrededor de los 3.6 millones de barriles por día, según Forbes[3], por lo que se considera que será el 2023 el año en que se logre una verdadero restablecimiento de los niveles de consumo de hidrocarburos previos a la pandemia.
Los precios del petróleo, por su parte, han experimentado un significativo crecimiento en la medida en que se ha dado el restablecimiento económico de los grandes países consumidores.
A finales del 2021 las cotizaciones del barril se han elevado de manera considerable, provocando así una coyuntura energética de significativas implicaciones. El precio en el mes de noviembre superó sistemáticamente lo 80$ por barril, e incluso llegó a posicionarse muy cerca de los 85$. Esto replantea escenarios previos a la pandemia, afecta a los países consumidores particularmente en cuanto al consumo de combustibles se refiere, y beneficia a los países productores con sustanciales aumentos en sus ingresos por concepto de exportaciones.
Son tan relevantes estos elevados precios de los hidrocarburos que importantes países consumidores encabezados por los Estados Unidos, han recurrido a la llamada Reserva Estratégica para introducir parte de esos barriles de petróleo almacenados en los mercados, y así intentar contener el alza sostenida de los precios petroleros.
Ciertamente, esos precios de los combustibles fósiles pueden convertirse en un obstáculo a la recuperación económica y, a la vez, agregar otro elemento al escenario inflacionario que está presente en la dinámica económica en curso.
Se trata de una especie de forcejeo en la fijación de los precios del petróleo entre dos bloques fundamentales, uno encabezado por la OPEP+, y, por otro lado, por países de la UE y los Estados Unidos, a los que se han agregado países asiáticos que se ven perjudicados por los elevados niveles de los precios de los hidrocarburos.
Junto a este escenario dominado por las energías fósiles están los planteamientos relacionados con el cambio climático, y las innumerables consecuencias sobre los patrones de consumo energético que se avecinan
De la cumbre de Glasgow, de las opiniones de renombrados científicos y de las innumerables ONG dispersas por el mundo entero pareciera deducirse un consenso generalizado: es necesario reducir el papel de los combustibles fósiles y emprender una Transición Ecológica que permita avanzar hacia un cambio económico y social a escala planetaria.
Surge de inmediato un interrogante fundamental: Cómo avanzar en la reducción del consumo de petróleo sin provocar una disminución demasiado acelerada de las inversiones en las energías tradicionales?
La respuesta implica, desde luego, aceptar una de las propuestas recientes de Agencia Internacional de la Energía en el sentido de que para alcanzar resultados a corto plazo hay que renunciar, a partir de ahora, a cualquier nuevo proyecto petrolero o gasífero.
O como lo afirma la prestigiosa revista Nature[4], el 60% del petróleo tendrán que quedarse en el subsuelo para lograr limitar el calentamiento climático en 1,5 grados de aquí al 2050.
Desde esta perspectiva, está planteado para el futuro energético de economía mundial la declinación de los combustibles fósiles y su sustitución por energías limpias y renovables.
El problema es cuando, con qué y a qué velocidad.
El cambio en los patrones de consumo energético debería comenzar ahora para que surta efecto en los años venideros y que, cada vez con mayor intensidad, se reduzca el uso del petróleo como fuente energética primordial.
Tiene que ser una acción consensuada y general, en el sentido de que los Estados, empresas y ciudadanos, de manera mancomunada, deben comprometerse con objetivos específicos que conduzcan a la mayor eficiencia energética posible.
Las fuentes de combustibles fósiles tradicionales tienen que dar paso de forma creciente al gas natural, al biodiesel, al hidrógeno, pero también tienen que desarrollarse la energía solar, la energía eólica, la hidroenergía, la biomasa y las demás fuentes de energía que permitan una reducción sustancial de los gases de efecto invernadero.
Se trata, en fin de cuentas, de la transformación del sistema energético que se construyó desde el siglo XIX, y que no solamente da muestras evidentes de agotamiento sino que es inviable y perjudicial para el medio ambiente y el futuro de la vida en el planeta.
El camino hacia la sustitución de las energías fósiles ya comenzó y va a durar lo que el liderazgo internacional quiera, la presión por parte de la ciudadanía, y que la Transición Energética se convierta en una prioridad.
A mi modesto entender, una parte significativa de las actuales Reservas Probadas de petróleo se quedarán en el subsuelo, en los yacimientos, para bien de la economía y el futuro de la sociedad.
[1] Disponible en https://www.iea.org/reports/world-energy-outlook-2020
[3] Veáse https://www.forbes.com.
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