Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón
Bien pudiera afirmarse que a finales del 2021 un fantasma recorre el planeta y crea preocupaciones e intranquilidad por doquier: los niveles de inflación.
A primera vista, ello es fruto del Covid-19.
Sin embargo, esa es una verdad a medias.
Incrementos en los niveles de demanda, contracción de la capacidad productiva de las empresas, políticas fiscales expansivas, expectativas de los agentes económicos, aumento de las variables monetarias y otros factores de diverso orden, representan las causas fundamentales de la inflación en la actualidad.
Con la pandemia que se inició en 2020, sigue en 2021 y pareciera que tiene un largo trecho por delante en 2022, se ha dado la combinación de algunas de las variables que acabamos de mencionar, lo que ha provocado una elevación inusual de los precios y, por tanto, unos índices inflacionarios desacostumbrados y, en algunos casos, muy importantes.
En Estados Unidos, el Indice de Precios al Consumo (IPC) se ubicó alrededor de 6,8% en 2021, lo que representa un incremento considerable con respecto al 2,26% del 2020, y más aún si se toma como referencia el 1,81% alcanzado en los precios promedio de 2019.
Es la inflación más alta que ha evidenciado la economía norteamericana en los últimos 39 años.
La crisis energética que ha impactado el precio de los combustibles y el bolsillo de los consumidores norteamericanos, las dificultades provocadas por el entorpecimiento en el tráfico marítimo internacional y en las cadenas de suministro globalizadas, el gasto social para paliar el impacto de la pandemia en el sistema económico interno y las declaraciones reiteradas de la Reserva Federal (FED) en cuanto a las severas implicaciones del fenómeno inflacionario, son los factores más relevantes del alza de los precios en los mercados estadounidenses.
Así, la consecuente pérdida del poder adquisitivo de la población en momentos en que todavía la economía no ha logrado una sostenida recuperación en el crecimiento económico, ha pasado a jugar un papel fundamental en las políticas económicas de J. Bidden para el próximo año.
Aunque en proporciones diferentes, en la Unión Europea también se registra un comportamiento similar. Al cierre de 2021, las cifras muestran un 2,6% de inflación, comparada con 0,68% del 2021 es un signo inequívoco de que hay de qué preocuparse.
Al igual que en los Estados Unidos, el alza de los precios del petróleo ha sido un factor de presión sobre los precios, pero también han estado allí presentes los cuellos de botella que se han originado en las dificultades de las cadenas de producción, y, junto a ello, las medidas de carácter impositivo para luchar contra el Covid-19.
Probablemente sea un elemento tranquilizador para las economías de la UE el hecho de que las proyecciones para 2022 muestran una tasa inflacionaria de 2,0% aproximadamente, y para 2023 ese mismo indicador estará por el orden de 1,5%, según lo publica el Banco Central Europeo.
Pero no solamente la pandemia muestra un sexta ola que lleva a retomar medidas drásticas para su control, sino que interrumpe la recuperación prevista para el próximo semestre y abre un conjunto de interrogantes de cómo habrá de hacerse para reimpulsar el crecimiento económico que serviría, a no dudarlo, para detener el alza de los precios que se ha observado en los últimos meses del año.
América Latina vive situaciones inflacionarias aún más perturbadoras que USA y la UE.
Aunque los datos difieren según la fuente consultada, el FMI estima que la inflación latinoamericana será de alrededor del 10,6% en 2021, lo que la ubica como la región de mayor inflación del mundo entero.
Sin embargo, hay casos particularmente relevantes como el caso de Argentina cuya inflación anual supera el 52,1%, Brasil también muestra resultados alcistas en materia de precios con 11,1%, y México supera el 6,2% en 2021; eso sin mencionar a Venezuela que todavía a finales de 2021 lidia con la hiperinflación, con una variación anual del IPC alrededor de 1.197,5%.
Junto al alza ya mencionada del precio de los hidrocarburos, un aumento generalizado en los precios de los productos importados ha contribuido de manera sustancial a elevar la inflación en la región.
Bienes de consumo, materias primas y alimentos terminados que provienen de los mercados internacionales son la causa de la inflación desmedida que viven varios países latinoamericanos.
Ciertos países están recurriendo al alza de las tasas de interés (Brasil y Chile), en otros recurren a políticas monetarias más disciplinadas para intentar limitar unos precios (Perú y México) que provocan severos impactos sobre los sectores más desfavorecidos en una región donde prevalecen abiertamente las desigualdades sociales.
Esto en un contexto económico caracterizado por un crecimiento económico afectado por las políticas de adaptación a las condiciones de la pandemia, y que dejan prever una expansión del PIB para 2022 en magnitudes cercanas al 2,5%, bastante alejadas de las necesidades reales de la población.
En Asia, la inflación se mantiene a niveles bastante bajos aunque, como en todas partes, los precios han experimentado ciertas variaciones. En 2021, la inflación estimada es de 2,3%, menor que el 2,8% del año pasado, aunque se estima que en 2022 superará el 2,7%.
El IPC en China en 2020 se situó en 2,4%, y este 2021 se estima que ese índice se mantendrá en 2,5% para experimentar un alza ligera el año que viene.
Así como en otras naciones, en China ese comportamiento de los precios estará sujeto al control del Covid-19, y al comportamiento productivo en la fabricación de bienes y servicios y a su capacidad exportadora.
Es de mencionar que al contrario de numerosas economías del resto del mundo, en la región de Asia y el Pacífico, el crecimiento económico ha tenido un vigor sorprendente, pues según el Banco Asiático de Desarrollo (BAD), en 45 países y territorios las economías crecerán en un 7,3% en 2021, y se estima que en 2022 ese incremento se ubique en 5,3% aproximadamente.
Bajo este panorama es que se visualizan las medidas de ajuste que habrán de adoptarse por parte de las autoridades en materia monetaria, como en cuanto a estrategias económicas de corto plazo se refiere.
Ya han sido anunciadas medidas como la liberación de las reservas petroleras de los Estados Unidos para intentar estabilizar el precios del petróleo, el alza de sueldos y salarios y, particularmente, del salario mínimo, disminuir el déficit fiscal, intentar resolver el problemas de los atascos en las cadenas de suministro a escala internacional, impulsar la producción nacional, revisar las tasas de interés hacia el alza y las intervenciones de los Bancos Centrales para restringir la liquidez, entre otras.
En este programa anti-inflacionario resta una variable que a finales de 2021 es todavía una interrogante sin término previsto: el final de la pandemia.
Mientras las economías estén sujetas a restricciones de operatividad y funcionamiento no habrá equilibrio en materia de precios, ni posibilidad de una recuperación sostenida, ni volver a niveles de expansión productiva cónsonas con las exigencias sociales. Y mientras el Estado se vea obligado a un gasto exacerbado para atender los desajustes que provocan la crisis sanitaria y sus derivaciones, no habrá normalidad económica posible.
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