"La apuesta por la energía nuclear: un asunto espinoso".
Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón.
La economía mundial del siglo XXI enfrenta la demanda energética indispensable para su sobrevivencia con un dilema que resulta controvertido y polémico: las renovables, los combustibles fósiles o la energía nuclear.
A primera vista pareciera que es un dilema sin mucho sentido pues la importancia e implicaciones de las energías limpias ha tomado la delantera, se posicionan en los foros internacionales y mediáticos como las que más convienen al funcionamiento del sistema económico internacional, y, en general, al planeta tierra.
En realidad, la solución a esa disyuntiva es más complicada de lo que parece.
Los datos de PRIS-OIEA y Foro Nuclear[1] revelan que la energía nuclear no solamente ocupa una posición significativa en los escenarios energéticos mundiales, sino que varios países se comprometen en profundizar cada vez más su vinculación con la generación de electricidad por vía nuclear.
Actualmente, unos 443 reactores se encuentran en funcionamiento en todo el mundo, cuya generación representa un 10% de la electricidad.
China es uno de los países que más reactores tiene, con un aproximado de 50 unidades en funcionamiento y 13 en pleno proceso de construcción. Pero la potencia asiática no es la única que recurre a la fuente nuclear para sustentar su capacidad productiva y el consumo de los hogares. India, Corea del Sur, Emiratos Arabes Unidos y Rusia también se han comprometido con la obtención electricidad mediante la fisión nuclear.
Europa apuesta, de igual manera, por la energía nuclear.
Actualmente 13 de los 27 estados de la Unión Europea tienen centrales nucleares, lo que viene a representar el 26% de la energía que consumen anualmente.
Ciertamente que hay diferencias en cuanto a la capacidad y acceso a la energía nuclear, y en ese sentido vale mencionar el caso de Francia como uno de los más comprometidos con este tipo de energía.
El país galo tiene 58 centrales nucleares operativas, con una producción de 63.130 MW, y alrededor del 70% de su electricidad proviene de la energía nuclear.
Pero la determinación energética de Francia va más allá: E. Macron, reciente electo presidente de la república, ha dicho y repetido que su Plan Energético persigue la independencia de las energías fósiles, para lo cual contará con las energías renovables y la energía nuclear.
Para alcanzar ese objetivo, Francia construirá 14 nuevos reactores nucleares en los próximos años lo cual le permitirá avanzar en la búsqueda de su independencia energética.
Vale igualmente mencionar a los Estados Unidos, considerado el país con mayor capacidad de producción de energía nuclear con un total de 93 reactores en funcionamiento, cuya producción se eleva hasta los 95. 523 MW y con dos proyectos de reactores nucleares en construcción.
El punto central del escenario energético al cual nos hemos referido es que las naciones que apuestan por la generación de electricidad de origen nuclear, algunos organismos internacionales especializados, y empresas vinculadas al sector, han sostenido que es una energía limpia por lo que se puede ubicar a la par de las energías renovables.
La diversidad de argumentos en uno u otro sentido dejan mucho que pensar.
La premisa fundamental es que la energía nuclear no genera emisiones de CO2, y con ella se pueden producir cantidades significativas de electricidad a bajo costo.
Es una producción de energía sin contaminación, y, consecuentemente, no agrega elementos nocivos a los llamados gases de efecto invernadero.
E incluso, se considera que la radioactividad que generan las plantas nucleares es menos contaminante que las que surgen de las plantas de carbón.
No obstante, si se examina con mayor precisión esta problemática, es posible verificar que el uso de la energía nuclear para la generación de electricidad puede acarrear efectos y consecuencias indeseables.
Ciertamente, para la realización del ciclo nuclear es necesaria la utilización de una serie de combustibles fósiles. Tal como lo indica Greenpeace, “desde la minería del uranio, la fabricación del concentrado, el enriquecimiento, la fabricación del combustible, la construcción de las centrales nucleares, su mantenimiento y posterior desmantelamiento y hasta la gestión de los residuos radiactivos, requiere de carbón” [2].
El uranio, y otros minerales empleados para la fisión nuclear, son cada vez más escasos por lo que el aumento de su consumo al incrementarse el número de reactores terminará generando un cuello de botella que a largo plazo significará una importante restricción para su desarrollo.
Desde otro ángulo, los residuos que se generan en las plantas nucleares representan un problema para la salud y el medio ambiente, porque resultan difíciles de eliminar y su acumulación tiende a convertirse en un peligro importante para la salud de las personas y la de comunidades enteras.
Junto a ello, están presente los riesgos que se presentan ante la eventualidad de accidentes y/o explosiones.
Chernobyl, por ejemplo, ha quedado en la memoria de los europeos y más allá, porque sus secuelas duraron bastante tiempo e incluso alcanzaron regiones lejanas al lugar donde ocurrieron los hechos.
De igual manera, el uso del agua para enfriar los núcleos y condensadores de las centrales nucleares incide en las poblaciones vecinas, y, en ciertos casos, cuando se vuelca sobre ríos y costas en las que termina provocando efectos contaminantes sobre el medio ambiente.
Del lado de los defensores de la nucleoenergía, esta se inscribe no solamente en la continuidad del suministro energético confiable sino en la perspectiva de fortalecer el camino hacia la energía limpia y sustentable.
Y por si persistieren las
dudas sobre la seguridad en el funcionamiento de las plantas nucleares, la OIEA
ha insistido en épocas recientes, que “los avances en la ciencia de los
materiales, por ejemplo, contribuyen al
funcionamiento de
las centrales nucleares en condiciones
de seguridad,
sostenibilidad y eficacia en relación con
los costos por
períodos mucho más extensos de lo que
se había planificado
inicialmente”[3].
La organización ecologista Greenpeace por su parte mantiene una posición firme de cuestionamiento y oposición a las propuestas de gobiernos y empresas vinculadas a esos desarrollos.
En sus propios términos, “la generación de energía nuclear nunca debería ser una solución para la descarbonización y el cambio climático. Si bien las plantas de energía nuclear pueden generar enormes cantidades de electricidad, también conllevan riesgos inasumibles”[4]. Esos riesgos tienen que ver con los desastres naturales como lo ocurrido en Fukushima, pero para referirnos a acontecimientos más recientes, hay que recordar el peligro que ha representado la toma de la planta de energía nuclear de Zaporiyia en la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que generó temores acerca del manejo de la planta por parte de militares y sus posibles implicaciones para las comunidades aledañas.
Alemania ha sido el único país de la UE que ha tomado una posición categórica de desaprobación de la energía nuclear, al punto de que ya se acepta como un hecho el “apagón nuclear” alemán, que tiene previsto el cierre de tres centrales este año y llevar hasta un 80% de las energías consumidas que sean de fuentes renovables.
Está claro que con las fuertes subidas en los precios del petróleo y las consecuencias de la guerra Rusia-Ukrania, el debate energético retoma el interés de la opinión pública mundial y plantea alternativas y dudas sobre el futuro energético de la humanidad.
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