Inflación 2023 a
inicios de año.
Prof. Dr. Carlos E. Daly Gimón
Las estimaciones sobre la tasa de inflación de 2023 a escala internacional
varían, y como es natural, resulta difícil poner de acuerdo a analistas,
investigadores, expertos y estudiosos sobre tan compleja tarea.
FMI, por ejemplo, ha calculado que la inflación promedio anual del 2023
alcanzará el 7% aproximadamente.
En términos generales, E. Santos (BBVA, 2/01/2023) asegura que la inflación
del año que comienza disminuirá de manera progresiva, por lo que la tasa
promedio podría ubicarse alrededor del 4% en Estados Unidos y 6 % en la Eurozona.
Forbes ((forbes.com.mx)
y otras organizaciones financieras afirman que la
inflación seguirá la tendencia hacia la baja observada a finales del 2022, por
lo que un escenario optimista permite presumir una disminución significativa a
lo largo del año.
Como se ve, son conjeturas sobre el comportamiento inflacionario mundial y
que abren un panorama distinto a lo que ocurrió en 2022.
El año pasado se dio un alza generalizada en los precios de los bienes y
servicios en gran parte de los países desarrollados y hasta puede afirmarse,
del mundo entero. Los datos son suficientemente elocuentes: 8.3% fue la
inflación promedio, aunque hubo países que alcanzaron hasta el 10.2% de
crecimiento en su Índice de Precios, como fue el caso del Reino Unido, por
referir una importante economía europea. En el caso de los países
latinoamericanos la inflación media anual terminó alrededor del 12%, aunque hubo países como
Argentina o Venezuela que superaron largamente esa magnitud estadística.
Obviamente, el impacto de los desórdenes inflacionarios es distinto según
la capacidad productiva de cada país, y de las variables empleo y poder adquisitivo
que le caracterizan. Pero más allá de esa especificidad, el alza generalizada
de precios exige una acción gubernamental inmediata y, ciertamente, eficiente
para estabilizar el aparato económico y darle viabilidad al consumo y calidad
de vida de la población.
Es por ello que la política económica de gran parte de esos países ha
tenido por objetivo prioritario lograr una disminución del Indice General de
Precios, y por esa vía detener el deterioro y descontento de amplios sectores
sociales, y simultáneamente, accionar en materia salarial, en los subsidios y en
las políticas para combatir el desempleo para así compensar el desajuste
causado por el alza generalizada de precios.
Las políticas públicas emprendidas desde la esfera gubernamental han tenido
por fundamento, esencialmente, el alza de los tipos de interés para lograr una disminución en la liquidez y
restringir de esa manera el circulante que alimenta los procesos inflacionarios.
La Reserva Federal y el Banco Central Europeo han tomado drásticas
decisiones para combatir la inflación por esta vía, e incluso altos voceros de
esas instituciones han declarado que el alza de las tasas de interés se
mantendrá el tiempo que sea necesario para doblegar el aumento de los precios
de los bienes y servicios en la economía.
Es por ello que E. Santos, ya mencionado, se atreve a pronosticar que las
tasas de interés en los Estados Unidos podrían alcanzar este 2023 hasta un
5.0%, y en la Eurozona esa referencia pudiera ser de alrededor del 3.75%. No
está demás recordar que en 2021 las tasas de interés en la Eurozona se encontraban
en 0 prácticamente, y en los mercados financieros norteamericanos nunca superó
el 2% como promedio anual.
Ciertamente que esas políticas monetarias para combatir la inflación tiene
que ir acompañadas de medidas de corto plazo para impulsar el aparato
productivo e incentivar el crecimiento económico.
Y sobre este punto está claro que no podrán conseguirse resultados muy
ventajosos, porque el alza de los tipos de interés no solamente afectará la
capacidad de consumo sino también los incentivos para aumentar las inversiones
de las empresas.
En consecuencia, aun cuando los factores inflacionarias parecieran aflojar
ante las acciones monetarias mencionadas, no será posible alcanzar un dinamismo
sostenido en materia de crecimiento económico, y por ende, en una mayor
disponibilidad de bienes y servicios.
Recientemente, en su informe <Perspectivas Económicas Mundiales>, él
FMI ha revisado sus pronósticos de mediados del 2022, en el sentido de que el
crecimiento económico para 2023 se ubicará alrededor de 1.7%, lo cual no
solamente significa un decrecimiento con respecto a 2022, sino que aproxima la
economía internacional a la posibilidad de que se dé una recesión mundial.
Renombrados analistas han sido aún más categóricos al pronunciarse sobre
esta coincidencia de alta inflación y bajo crecimiento, recordando un fenómeno
raro pero que se dio en el siglo XX, conocido como la estagflación.
Una coyuntura económica con estagflación no sólo produce desórdenes en los
mercados sino que aumenta el desempleo, agrava el deterioro del poder
adquisitivo de la población, ocasiona el estancamiento de las empresas y hasta
puede provocar escasez de bienes y servicios.
En el caso del 2023 tenemos otra variable que juega un papel de primera
importancia en cuanto al crecimiento y la estabilidad de la economía internacional,
que es la invasión de Ukrania por parte de Rusia y, en particular la crisis
energética que se ha derivado de ese hecho bélico.
Entonces, para ser precisos, se trata de una economía global con
estagflación teniendo que hacer frente a un desbarajuste en materia de fuentes
energéticas, en un momento dónde se supone que debemos lidiar con el cambio
climático y avanzar en el cambio de los sistemas energéticos a escala planetaria.
Todo ello junto al hecho de que la inflación en los países de menor
desarrollo relativo tiene proporciones de mayor gravedad y trascendencia, no
solamente porque se trata de economías dónde la población de menores recursos
es más vulnerable, sino porque los niveles inflacionarios son realmente
desproporcionados como es el caso de Venezuela dónde la tasa promedio de inflación
supero el 170% en 2022, o como Argentina, dónde el Indice de Precios al
Consumidor estuvo muy cerca del 100%
para el año anterior.
En estos y otros países los desajustes económicos, los altos niveles de
endeudamiento público, el gasto gubernamental y la inestabilidad política son
variables que vienen a agregarse al complejo contexto en que se lleva a cabo la
política económica, la cual termina, por esa y otras razones, siendo insuficiente
o incompleta, o ambas, y por tanto hacen mucho más complicado alcanzar un
control efectivo sobre el fenómenos inflacionario.
Desde la pandemia de 2020 se tenía la certeza de que los años subsiguientes
serían de alta inflación, pues la sustancial reducción de las actividad
productiva y el aumento indispensable del gasto público para atender las
dificultades de la población lo hacían necesario y, pudiera decirse que
obligatorio. Pero ya superada, en gran parte, la crisis del Covid-19, las estimaciones
hacían creer que el crecimiento económico que se lograría a partir del 2021
permitiría ir corrigiendo aquellos desajustes y 2022, 2023 y años siguientes
las economías contarían con un impulso productivo y en el consumo para superar
esas dificultades.
Eso se creía.
Pero nada hacía presagiar la despreciable invasión de Ukrania por parte de Rusia y todas las consecuencias que ello ha acarreado a la economía global.
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