Japón en la trampa demográfica.

 



Japón en la trampa demográfica.

 



 

                    Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón



Hans Rosling (médico sueco), fallecido en febrero de 2017 y uno de los más importantes visionarios del siglo XXI dijo sobre la evolución de la población global: “es el cambio poblacional lo que impulsa el crecimiento económico y no al revés” (“Factfulness”, bestseller mundial).

Es decir, “los gobiernos no pueden controlar los dormitorios. Son las habitaciones las que rigen el mundo”, afirmaba con mordacidad en una entrevista a la BBC (16/03/2017) poco antes de fenecer.

Los criterios de H. Rosling en el caso de Japón tienen un profundo significado histórico y de expectativas demográficas.

En términos más precisos, la población japonesa envejece de manera acelerada y no se dan los nacimientos necesarios para mantener su estabilidad demográfica y  su desarrollo económico.

O cómo lo dijo en enero de este año el primer ministro nipón Fumio Kishida, “Japón está en un punto crítico para poder seguir funcionando como sociedad”.

Dada la importancia de tales aseveraciones, bien vale la pena detenerse para apreciar las implicaciones que ello conlleva en las políticas sociales y poblacionales de las naciones.

La población de Japón alcanza la cantidad de 125.681.593 personas según los datos oficiales de 2021, en una superficie de 377.974 Km2, lo cual permite formarse una idea de que se trata de un país muy poblado, y que, además, tiene una alta densidad poblacional con 332. 19 habitantes por Km2..

A la economía japonesa se le considera la tercera más importante del mundo si se toma su PIB como referencia, con altos niveles de endeudamiento público y privado, baja inflación y una muy baja tasa de desempleo que se ubica alrededor del 2.5% lo cual significa que hay suficiente disponibilidad de puestos de trabajo en el mercado interno y, por tanto, la población dispone de una calidad de vida superior a la numerosos países.

El crecimiento económico de la nación nipona alcanzó el 3.2% en 2022.

Pero en términos demográficos el panorama es bien distinto.

Según datos recientes, Japón registró un descenso en su población de alrededor de 0.57 el año pasado, lo cual representa un factor de intranquilidad en los sectores gubernamentales y en la población en general.  

Esa disminución de la población no es algo novedoso, porque según las informaciones estadísticas de Naciones Unidas, desde 1976 se observa una declinación sostenida de la población japonesa, apenas revertida en 2020 pero que se ha retomado en los dos últimos años.

Son más de cuarenta años de caída sistemática del crecimiento poblacional en la potencia asiática.

En ello ha incidido de manera fundamental el comportamiento de la Tasa de Natalidad, la cual ha venido declinando a los largo de los últimos años, pasando de 7,60 en 2017 hasta alcanzar 6,8 % en 2020, ubicándose en 6,6% en 2022.

Es un descenso sostenido que se observa, igualmente, en el Indice de Fecundidad con valores de 1,43 en 2017 hasta alcanzar 1,34 en 2020 y 1,30 en 2022.

La caída en el aumento de la población, la baja en la tasa de natalidad y en la tasa de fecundidad, junto a otros factores de índole económica, social y hasta cultural, han conducido a un marcado proceso de envejecimiento en la población japonesa que explican esas opiniones tan preocupantes como las del primer ministro Kishida ya mencionadas al principio de este trabajo.

Un hecho estadístico es suficientemente revelador al respecto: el 29,1% de la población tiene actualmente al menos 65 años, y ese segmento poblacional tiende paulatinamente a crecer. Son alrededor de 36,4 millones de personas que pertenecen a ese grupo de adultos mayores, y se estima que para 2040 representarán cerca del 35,3% de la población del Japón.

Así las cosas, no cabe dudas de que Japón es uno de los países con mayor envejecimiento de la población, con una expectativa de vida que ronda los 87,74 para las mujeres y 81,64 para los hombres.

Y una cantidad muy minoritaria de esos adultos mayores participan en el mercado de trabajo, en magnitudes que se ubican alrededor del 13,6%.

Aparte del natural proceso de disminución poblacional que ocurrirá en los años venideros, las características de la demografía japonesa plantean importantes interrogantes.

La combinación del descenso en la natalidad y el aumento en la esperanza de vida plantea un tema muy relevante que es que cada vez haya una menor cantidad de personas en edad de trabajar y por ende en capacidad de cotizar en la seguridad social.

E, igualmente, ello acarrea cambios significativos en materia laboral pues aumentan los trabajadores con jornadas laborales más cortas, y las consecuencias sobre los niveles de productividad se trasladan al proceso productivo de todo el país.

Ello incide, asimismo, sobre los ingresos nominales de los trabajadores y sobre su nivel de vida.

Se abren así una serie de expectativas ante las cuales la economía japonesa tendrá que hacer frente en los próximos años.

Los programas para alentar a la juventud a casarse y tener hijos, la subvención a la educación infantil y adolescente, mejorar los sistemas sanitarios y de atención a la población son iniciativas que ya se empiezan a implementar desde el Estado nipón, y sobre las que existe particular interés por parte de amplios sectores de la población.

Falta ver si, junto a los programas aludidos, se impulsan la llegada  al país de trabajadores extranjeros que permitan suplir la falta de trabajadores nacionales y, de esta manera, apoyar un crecimiento sólido y sostenible de Japón.

Sobre este punto habrá muchas barreras que sortear porque es bien sabido que Japón no solamente es una economía cerrada al ingreso de inmigrantes, sino que los patrones culturales y sociales  justifican y acreditan un rechazo evidente a la incorporación de este tipo de trabajadores.

Tendrá Japón que enfrentar este tipo de retos, o resignarse al descenso ya confirmado de la población y el de su propio envejecimiento. 



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